

CON VERSOS DE MATILDE CASAZOLA ‘De regreso’: la cueca que hace latir a Bolivia en su Bicentenario
El delicado sonido del trueno05 de agosto de 2025

En las cuerdas de una guitarra y en la piel vibrante del charango, en las voces que no han olvidado su raíz, la cueca "El Regreso" se alza como un himno íntimo y colectivo del Bicentenario. No es solo una canción: es un suspiro hondo, una promesa cumplida, una lágrima que regresa desde lejos al corazón de Bolivia.
Inspirada en los versos hondos y nostálgicos de Matilde Casazola Mendoza —poetisa de Sucre, voz de la tierra y del alma—, esta cueca ha unido a una constelación de artistas bolivianos que llevan la tricolor no solo en la frente, sino en el pecho y en la voz. Desde Esther Marisol, Guisela Santa Cruz y Willy Claure, hasta Jorge Claros Berbetty, Orlando Andia, Juan Alejandro Beltrán, Jorge Poppe Avilés, Carlos Andrés Montero y Luis Fuño Villegas, cada uno ha sumado su timbre, su raíz y su emoción.
Y la propia Matilde canta. Canta en fragmentos breves, como susurros que estremecen. Canta como si no cantara, como si hablara con la Pachamama en voz baja. Como si regresara. Como si nunca se hubiera ido.
“Desde lejos yo regreso, ya te tengo en mi mirada…”, dice la cueca. Y entonces, todo boliviano que escucha comprende que la patria no es solo un lugar: es un llamado. Un eco. Un olor a tierra mojada. Una piedra trabajada por titanes ignorados.
La grabación se hizo en Sucre, cuna de la libertad. En la Casa de la Libertad misma, donde se firmó el nacimiento de Bolivia. En las alturas de La Recoleta, donde se fundó la ciudad. Y en los techos antiguos donde alguna vez flameó el primer grito de independencia y se grabó el lema “La Unión Hace la Fuerza”.
Allí, donde los siglos se quedan quietos, la cueca "El Regreso" se volvió documento sonoro, testimonio del alma, ofrenda al Bicentenario. No hay efectos especiales ni artificios; solo artistas cantándole a su tierra, como quien le canta a su madre.
La cueca no es solo una danza ni una forma musical. Es el lenguaje con que Bolivia se reconoce a sí misma, con que se encuentra en medio del exilio, del desarraigo o de la distancia. Es el idioma que no se olvida, aunque se cruce el océano. Es raíz que no se arranca.
Hoy, con esta obra coral, con este tejido de voces y guitarras, la cueca vuelve a recordarnos que volver a la patria es también volver a la canción, al verso, al abrazo que nunca muere.
Matilde Casazola lo supo siempre: que hay caminos que no están en los mapas, sino en el corazón. Y que a veces, basta una cueca para regresar.
Fuente: ERBOL


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